A propósito de los 50 años de la Unión Europea, una visión de lo que es y no es la nueva Europa
Sólo falta abrir los periódicos latinoamericanos para que cada europeo se asuste. No se asusta tanto por las noticias que no indican ninguna esperanza, pero más por cómo los latinoamericanos se ven a si mismos y al mundo. Sobre todo uno tiende a encresparse con el cómo colorean a Europa y a Estados Unidos. Blanco y Negro. El mal y el bien. El monstro y el aliado. Una pregunta me surge en particular: ¿Es la Europa que conocen los latinoamericanos la Europa que conocemos los europeos?
Estoy seguro que América Latina no sólo es lo que se imaginan muchos europeos; una región con violencia, pobreza, corrupción, con un desentendimiento generalizado entre las diferentes nacionalidades y, como elemento enfatizador de la situación desesperante, con falta de voluntad para construir una región fuerte. De igual manera Europa no es como lo imaginan muchos en América Latina: un sentido de unidad fuerte, una potencia robusta para el mercado, gobiernos fuertes, regulador mundial hasta contrapeso a Estados Unidos.
Que Europa no es como la pintan diversos políticos o medios de comunicaciones lo demuestran los varios clichés que los diferentes países europeos suelen representar. Francia, cuna de la democracia y paraíso culinario. Alemania, país de productos de calidad y rigidez. Italia, símbolo de cultura e historia. Holanda, país del queso y las drogas. Bélgica, donde es la sede de la Unión Europa. España, madre patria y protectora de América Latina. Podría continuar, pero no lo voy hacer. Al fin y al cabo, un cliché es nada más que un cliché, o en lo mejor de los casos una imagen bien conservada por unas relaciones exteriores excelentes.
¿Por qué no romper los clichés y hablar de la Europa que conocen los europeos? Empiezo con España, que se encuentra en una situación política más bien polarizada entre los dos grandes grupos políticos. Al mismo tiempo, España se convierte cada vez más en una España de regiones dando nuevos estatutos de autonomía a las diferentes Comunidades Autónomas, con si fuesen caramelos para los niños. Los niños en Cataluña apenas hablan el castellano como su lengua. Italia, a pesar de haber recibido durante más tiempo subvenciones y fondos de cohesión de Europa que España, no ha podido tener una economía tan dinámica ni se ha visto capaz de utilizarlos tan eficientemente como España. Desde hace un tiempo lucha contra una economía estancada y unas tasas de desempleo estructurales.
Francia tiene un problema serio con la inmigración. La ola de violencia, que se dejó medir en el número de coches encendidos por jóvenes inmigrantes viviendo en barrios inmigrantes parisienses durante confrontaciones con la policía, fue el resultado de años de negar los reclamos de ciudadanos y lideres locales. Tan importante era y es el tema que permitió a varios partidos ultraderechas entrar en la escena política en otros países.
Holanda vio con igual terror las amenazas contra la ex parlamentaria y critica contra el islam extremista Ayaan Hirshi Ali. Poco antes el país fue testigo del asesinato en 2004 de Theo van Gogh, director de cine y nieto del hermano del pintor Vincent van Gogh, por un joven musulmán extremista. Si no se estima estos factores como importantes, tampoco se puede entender el rotundo “no” a la constitución Europea. Claro, no sólo Francia y Holanda tienen inmigrantes. Inglaterra, Italia y Alemania cuentan también con una población inmigrante importante. Tampoco son aquellos acontecimientos que explican el “no”. Pero sí fueron sólo Francia y Holanda que se atrevieron a un referéndum. Un referéndum que también cuestionó la nueva Europea de los 25 con una inmigración interna y la posible adhesión de Turquía.
Dentro de Europa existe la idea de una Europa de los pueblos, una Europa en la cual diferentes países o regiones se juntan para formar algo más grande, siempre respetando y valorando las diferencias. De la esperanza de colaboración hemos evolucionado hasta una Europa que exige uniformidad. Desde el Tratado de Roma de 1957 nos encontramos ahora en una Europa de 27. Una Europa virtualmente sin fronteras pero con una desigualdad profunda entre el Este y el Oeste. Y sabiendo que la ciudad de Cervantes ya cuenta con líneas de buses casi diarias hasta Rumania, ¿que más podría uno añadir?
Bert M.A. Van Bergen; postgrado en América Latina Contemporánea- Instituto de Investigación Ortega y Gasset – Madrid; Licenciado en Ciencias Comerciales del European University College Brussels (EHSAL) – Bruselas.
Leave a Reply